Bright Leaves (Ross McElwee, 2003)



Cada vez disfruto más con las películas imperfectas. Es extraño porque en mi vida estoy obsesionado con mantener un equilibrio absoluto, casi tiránico, sobre todas las cosas. Pero cada vez me gustan más las películas carentes de equilibrio que son capaces de brillar durante unos pocos preciosos segundos. A Werner Herzog y a Ross McElwee los estoy empezando a querer como quiero a algunos amigos, como lo que son. A Alan Berliner también, pero menos. El caso de McElwee es extraño porque de él solamente he visto una película completa, Bright Leaves, y un trozo de Sherman’s March. Seguramente es el menos excesivo de los tres, aunque dicen de él que casi nunca puede parar de filmar a los que le rodean.

Bright Leaves comienza como una investigación muy personal, pero investigación al fin y al cabo. Ross McElwee regresa a su ciudad natal en el sur de los Estados Unidos básicamente porque añora al sur. Una vez allí, la historia de su familia y la del estado de Carolina del Norte se empiezan a entremezclar con algunas buenas excusas y otras no tan buenas. La industria del tabaco y sus complejas ramificaciones sobre los habitantes de la zona es la coartada principal. A mí no me importa demasiado, oír la voz de Ross me sienta bien, y a la gente con la que él habla parece ocurrirle lo mismo. Él llega incluso a inmiscuir a su hijo adolescente en la filmación del documental, que resulta más fácil que sentarlo a ver las fotos del album familiar. Cuando habla de su padre me parece que está hablando del padre de Alan Berliner, o del de Phillip Roth, que son en definitiva un poco como mi padre.

Dice en una entrevista reciente McElwee que ahora con el video digital se lo ponen más difícil a los viejos como él, que antes eran sólo un puñado los que filmaban su vida y los pequeños milagros y catástrofes que sucedían de vez en cuando en ella. Él también tiene parte de culpa, cuando termina Bright Leaves me dan ganas de agarrar una cámara y empezar a filmar a mi familia y a mis amigos. Afortuanadamente para ellos, no tardo mucho en darme cuenta de que aunque quisiera, yo no puedo ser Ross McElwee.

Dani García